Aunque permitir que los niños fracasen puede resultar complicado y aterrador, dejar que aprendan de sus errores les ayuda a fortalecerse, a liberarse del control del miedo que paraliza las decisiones y les ayuda a desarrollar una responsabilidad duradera y arraigada, además de, irónicamente, fomentar la confianza en sí mismos que acompaña a la autonomía personal y a la recuperación del fracaso.
El fracaso forma parte de la vida. Algunas de las personas con más éxito de este mundo han conocido las profundidades del fracaso. Walt Disney fue despedido de su trabajo por su falta de imaginación. Su primer libro fue rechazado por 27 editoriales diferentes. Oprah Winfrey fue despedida de su primer trabajo como presentadora de televisión. El fracaso no era el final del camino para ellos.
Los beneficios del fracaso son amplios y abarcadores. Por nombrar algunos, el fracaso genera empatía. Fomenta la resiliencia y la creatividad. El fracaso puede aumentar la motivación y la determinación si se aprovecha y se reorienta para bien.
La cuestión es cómo conseguir que el fracaso se convierta en la plataforma de lanzamiento y no en el destino de los niños. Hay algunas cosas que un padre puede hacer para ayudar a que el fracaso sea el combustible y no el extintor del fuego de la motivación.
La Dra. Ann-Louise Lockhart, experimentada psicóloga pediátrica, destaca algunas de las formas en que los errores pueden convertirse en una forma de aprendizaje y progreso.
En primer lugar, los padres pueden dejar que su hijo vea y fije expectativas realistas. Muchas veces, los niños tienen miedo de intentar algo por temor al fracaso. Sin embargo, los padres pueden reconocer este temor y, al mismo tiempo, inculcar la expectativa realista de que llegar a ser bueno en algo requiere tiempo y práctica. El fracaso formará parte del progreso en el desarrollo de una habilidad o talento.
En segundo lugar, los padres pueden guiar a su hijo para que desarrolle un autoconcepto sano. El fracaso puede ser una de las formas más rápidas de menospreciarse y degradarse, pero eso no tiene por qué ocurrir. Si a los niños se les enseña a una edad temprana a convertir esta autoconversión negativa en compasión, su mundo se llena de más posibilidades. De ella pueden surgir la resistencia y la perseverancia.
En tercer lugar, los errores dan a los niños la confianza necesaria para volver a intentarlo. Si los niños no cometieran nunca un error, pensarían que han alcanzado la perfección. Es una falsa sensación de perfección. Sin embargo, si los niños saben que el fracaso es una posibilidad real y una realidad, pueden animarse a intentarlo una y otra vez. Este empoderamiento puede conducir a un mayor éxito en el futuro. El empoderamiento no sólo puede provenir del fracaso, sino de la autonomía apropiada para el desarrollo que se concede a los niños.
Estas ventajas de fracasar pueden ser un buen recordatorio para que los padres guíen a sus hijos en los altibajos del aprendizaje y la comisión de errores. Los errores pueden ser los mejores maestros si les dejamos serlo.